1.3 El
Equipo Argentino va a París
La
invitación de los organizadores de los “Juegos
Olímpicos” de París fue recibida por la Federación
Argentina de Ajedrez (FADA), y por ello la designación del Equipo Argentino corrió por su exclusiva cuenta. El Dr. Querencio como Presidente de la FADA envía un
telegrama a la Federación Francesa, entidad organizadora del certamen, en el
que se le comunica el nombre de los jugadores que han de representar a la Argentina. En ese momento, el importante Club
Argentino de Buenos Aires estaba separado de la
Federación y no se contaron con sus buenos jugadores, excepto el
veterano Villegas, pero que finalmente éste no pudo participar debido a
sus ocupaciones. A la vez Roberto Grau
fue designado como representante nacional al
Congreso Internacional que el 20 de julio se celebraría en el
Hotel Majestic de París, para dejar constituida la Confederación
Internacional de Ajedrez, llamada luego Federación Internacional de Ajedrez o
FIDE como la conocemos hasta hoy.
El 11 de
junio partieron en el buque “Arlanza” (5) los
jugadores argentinos en dirección a Cherburgo para dirigirse de allí a París.
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Buque ARLANZA |
Cuando
llegaron a la Capital
de Francia ellos descontaban que
nuestro país era desconocido en Europa.
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ELLERMAN |
Sin embargo, comenzaron a conversar con los representantes de dieciséis delegaciones internacionales, y se dieron cuenta de que estaban equivocados. Argentina era conocida por los
ajedrecistas de todos los países de Europa a través de la extraordinaria obra, del ingenio y de
las excepcionales condiciones de un argentino: ARNOLDO
ELLERMAN, conocido como “El Rey del Mate
en Dos”.
Para ilustrar las peripecias del viaje desde Buenos Aires a París,
Damián Reca relata vivamente sus recuerdos de esta aventura:
“Al
partir de Buenos Aires no se experimentan mayores emociones –ajedrecísticamente
consideradas–¡está tan lejano el día de la llegada! Por otra parte, carecemos
de responsabilidad frente a la empresa que acometemos, y es la persuasión de
nuestro fracaso lo que nos hace permanecer un poco indiferentes al mismo. Pero
cuando llegamos a Montevideo y las primeras manos amigas se nos tienden llenas
de fuerza y augurio, cuando las primeras palabras pronunciadas nos hacen
entrever la posibilidad de una actuación feliz, sentimos algo inexplicable...
Ahí está Freitas, con su exagerado optimismo, del cual ha contagiado a sus
acompañantes y a nosotros mismos, que nos dice –como un portavoz del ajedrez
uruguayo– ¿y por qué han de perder?, ¿Qué aficionados hay en el mundo que hagan
el mismo ajedrez que ustedes? Y razona largamente, con tan abundancia de
lógica, que no podemos discutir siquiera. Y en Río de Janeiro, ¿No ha jugado,
acaso, Souza Mendes, el brillante campeón carioca, más de 100 veces con los
ases de Europa?, ¿Y no es él mismo quien predice nuestro triunfo después de
mostrarnos sus partidas? Francamente, la opinión americana es unánime. Nadie
duda de nuestro poder y mi entusiasmo –tal vez un poco apasionado porque no va
unido a él la responsabilidad de la acción– nos hace pensar seriamente en el
torneo, seriamente en el primer puesto del torneo.
El viaje, maravilloso de
suyo, ¡continúa ahora con esta nueva alegría de la gran sorpresa probable!
Bahía, Pernambuco, seis días y seis noches plenos de largos sueños frente al
mar inmenso con su sol brillante y su luna pálida, y después Madeira, Lisboa,
Vigo, ¡Cherburgo al fin! El tren nos arrastra vertiginosamente a través de la
campaña francesa –cuyo paisaje hace perdonar insensiblemente los chistes de
Palau– por espacio de varias horas, hasta la estación de S. Lazare.
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París en el año 1924 |
¡París! He aquí un nombre
de leyenda para nuestra pobreza perpetua; una ambición de ensueños que se
cumple por milagro del maravilloso ajedrez... Falsas palabras pudiera
pronunciar ahora si pretendiera ocultar la emoción de este encanto. ¿Ajedrez?
¿Es ello posible en esta ciudad divina donde hemos saciado espiritualmente
nuestra sed? Aquí, donde las primeras mujeres que pasan nos envuelven con
sonrisas promisorias; aquí, en esa tarde primaveral, lujuriosa y brillante, ¡no
parece sino que debiéramos entregarnos a nuestra orgía interna de luz y de
amor! Pero pensamos en nuestros bolsillos exhaustos, en la tierra lejana que
espera de nuestra acción satisfacciones legítimas, en nuestros compañeros
sacrificados al paseo por una imposición de número y nos arrancamos de
inmediato al encanto sutil de la llegada, en esta tarde maravillosa con mujeres sonrientes...”
Estas evocaciones continúan, junto con las impresiones de Palau y
Grau, que se mencionarán más adelante.
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