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Torneo de parís 1924 (II)


1.3   El Equipo Argentino va a París

La invitación de los organizadores de los Juegos Olímpicos de París fue recibida por la Federación Argentina de Ajedrez (FADA), y por ello la designación del Equipo Argentino corrió por su exclusiva cuenta. El Dr. Querencio como Presidente de la FADA envía un telegrama a la Federación Francesa, entidad organizadora del certamen, en el que se le comunica el nombre de los jugadores que han de representar a la Argentina. En ese momento, el importante Club Argentino de Buenos Aires estaba separado de la Federación y no se contaron con sus buenos jugadores, excepto el veterano Villegas, pero que finalmente éste no pudo participar debido a sus ocupaciones. A la vez Roberto Grau fue designado como representante nacional al Congreso Internacional que el 20 de julio se celebraría en el Hotel Majestic de París, para dejar constituida la Confederación Internacional de Ajedrez, llamada luego Federación Internacional de Ajedrez o FIDE como la conocemos hasta hoy.

El 11 de junio partieron en el buque Arlanza (5) los jugadores argentinos en dirección a Cherburgo para  dirigirse de allí a París.

Buque ARLANZA
Cuando llegaron a la Capital de Francia ellos descontaban que nuestro país era desconocido en Europa.
 
ELLERMAN
Sin embargo, comenzaron a conversar con los representantes de dieciséis delegaciones internacionales, y se dieron cuenta de que estaban equivocados. Argentina era conocida por los ajedrecistas de todos los países de Europa a través de la extraordinaria obra, del ingenio y de las excepcionales condiciones de un argentino: ARNOLDO ELLERMAN, conocido como “El Rey del Mate en Dos”.
 
 
 

Para ilustrar las peripecias del viaje desde Buenos Aires a París, Damián Reca relata vivamente sus recuerdos de esta aventura:

“Al partir de Buenos Aires no se experimentan mayores emociones –ajedrecísticamente consideradas–¡está tan lejano el día de la llegada! Por otra parte, carecemos de responsabilidad frente a la empresa que acometemos, y es la persuasión de nuestro fracaso lo que nos hace permanecer un poco indiferentes al mismo. Pero cuando llegamos a Montevideo y las primeras manos amigas se nos tienden llenas de fuerza y augurio, cuando las primeras palabras pronunciadas nos hacen entrever la posibilidad de una actuación feliz, sentimos algo inexplicable... Ahí está Freitas, con su exagerado optimismo, del cual ha contagiado a sus acompañantes y a nosotros mismos, que nos dice –como un portavoz del ajedrez uruguayo– ¿y por qué han de perder?, ¿Qué aficionados hay en el mundo que hagan el mismo ajedrez que ustedes? Y razona largamente, con tan abundancia de lógica, que no podemos discutir siquiera. Y en Río de Janeiro, ¿No ha jugado, acaso, Souza Mendes, el brillante campeón carioca, más de 100 veces con los ases de Europa?, ¿Y no es él mismo quien predice nuestro triunfo después de mostrarnos sus partidas? Francamente, la opinión americana es unánime. Nadie duda de nuestro poder y mi entusiasmo –tal vez un poco apasionado porque no va unido a él la responsabilidad de la acción– nos hace pensar seriamente en el torneo, seriamente en el primer puesto del torneo.

El viaje, maravilloso de suyo, ¡continúa ahora con esta nueva alegría de la gran sorpresa probable! Bahía, Pernambuco, seis días y seis noches plenos de largos sueños frente al mar inmenso con su sol brillante y su luna pálida, y después Madeira, Lisboa, Vigo, ¡Cherburgo al fin! El tren nos arrastra vertiginosamente a través de la campaña francesa –cuyo paisaje hace perdonar insensiblemente los chistes de Palau– por espacio de varias horas, hasta la estación de S. Lazare.

París en el año 1924
¡París! He aquí un nombre de leyenda para nuestra pobreza perpetua; una ambición de ensueños que se cumple por milagro del maravilloso ajedrez... Falsas palabras pudiera pronunciar ahora si pretendiera ocultar la emoción de este encanto. ¿Ajedrez? ¿Es ello posible en esta ciudad divina donde hemos saciado espiritualmente nuestra sed? Aquí, donde las primeras mujeres que pasan nos envuelven con sonrisas promisorias; aquí, en esa tarde primaveral, lujuriosa y brillante, ¡no parece sino que debiéramos entregarnos a nuestra orgía interna de luz y de amor! Pero pensamos en nuestros bolsillos exhaustos, en la tierra lejana que espera de nuestra acción satisfacciones legítimas, en nuestros compañeros sacrificados al paseo por una imposición de número y nos arrancamos de inmediato al encanto sutil de la llegada, en esta tarde maravillosa con mujeres sonrientes...”

Estas evocaciones continúan, junto con las impresiones de Palau y Grau, que se mencionarán más adelante.

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